Los Ácidos Grasos Esenciales (A.G.E.) son el eslabón básico que facilita la fluidez y el desarrollo armónico del organismo.
Hay, a groso modo, en la actualidad, cuatro tipos de grasas:
- Saturadas: producto animal (carne, embutidos, lácteos).
- Monoinsaturada: aceituna (aceite de oliva), aguacate, almendras, avellanas, sésamo y manises.
- Poliinsaturadas: que son los AGE que se dividen en:
- Omega 6: semillas de girasol, calabaza y sésamo; cáñamo, maíz, nuez, soja, haba, germen de trigo.
- Omega 3: semillas de lino, chia y calabaza; cáñamo y pescado azul.
- Grasas trans: aceites refinados vegetales, bollería, helados, repostería, margarinas, pizzas, paquetes de papas, latas, conservas y comestibles como las latas de atún, etc.
El gran problema de las grasas y su epidemia, no es tanto comer mucha grasa sino basar el consumo de grasas en las grasas saturadas ( tienden a densar la sangre y favorecer problemas coronarios) y en las trans (todavía mucho más perjudiciales que las saturadas). Las monoinsaturadas son estables y sanas, y los AGE son no sólo sanos, sino esenciales.
La mujer en el período de concepción (embarazo y lactancia) nutre al bebé ya sea a nivel embrionario o con la lactancia materna.
Durante la concepción el bebé humano necesita proveerse de nutrientes para la formación de su cerebro y sistema nervioso, más que para desarrollar su estructura.
EL DHA (ácido graso esencial omega3) es el componente estructural mayor del cerebro y resulta esencial para su desarrollo y crecimiento así como para la capacidad de aprendizaje.
El 50% del DHA se forma en la etapa embrionaria, debido a que en el último trimestre de la etapa de gestación se empieza a formar el cerebro. Al nacer el bebé necesita más DHA que es aportado por la noche materna.
De esta forma, para que el bebé desarrolle primero el cerebro y su percepción de la realidad requiere un aporte importante de AGE, que los obtiene de la madre, bien a través de la placenta o de la lactancia.
La relación maternal de la madre con el bebé supone que ella al nutrir cede cierta cantidad de sus AGE en aras del bebé con la consiguiente disminución de sus reservas. Si la condición de la madre no es adecuada y su alimentación desequilibrada es muy probable que la pérdida de AGE y prostaglandinas antiinflamatorias (PGE1 y PGE3) cree algunas situaciones ingratas: depresión, irritabilidad, falta de fluidez.
Adicionalmente en la fase menstrual también puede haber una disminución de AGE debido a la presencia excesiva de grasas saturadas y prostaglandinas proinflamatorias (PGE2) que favorecen los desarreglos menstruales, hipersensibilidad y cambios anímicos y tendencia a la irritabilidad y la agresividad.
Todo esto hace que las mujeres estén más adaptadas a arreglárselas con menos AGE por tiempos prolongados que los hombres.
La irratibilidad también suele ser más proclive en la mujer menopáusica, debido al descenso de AGE, y puede haber una tendencia solapada en las mujeres sin menstruación (amenorrea) y en aquellas que no han concebido, aunque dependerá el nivel de conciencia.
Según algunos estudios, los hombres necesitan tres veces más AGE que las mujeres, motivado por la mayor tasa de ataque cardíacos. Al no comer o no tener suficiente cantidad de AGE aumenta la irritación y, en consecuencia, la agresividad.
La mujer, a través de la menstruación, tiene un sistema interno de autorregulación y ajuste, de manera que al menstruar elimina excesos, a veces, en forma de coágulos, y paralelamente, crea sangre nueva que tiene un efecto regenerador. De tal forma que la mujer puede aprender a conocer su estado de salud y de equilibrio interno atendiendo a su condición menstrual. Esta habilidad de ajuste orgánico puede ser, esencialmente, la causa de la mayor longevidad de la mujer en relación al hombre.
El hombre, al no tener este proceso hormonal regulador, necesita equilibrar su condición por otras vías, la forma más habitual de hacerlo es a través de la descarga física: en tiempos pretéritos la guerra y el trabajo físico duro.
Pero en la actualidad, el hombre tiene una difícil encrucijada. El ritmo de vida sedentario hace que no pueda descargar, por lo que el ejercicio físico se hace necesario ya que el trabajo físico es escaso.
Cuando no hay ejercicio físico, la necesidad de descarga se vuelve latente y, muchas veces, es satisfecha a través del fútbol principalmente u otros deportes de masa. Adicionalmente, la necesidad de descarga hace que el hombre busque eyacular como vía de distensión.
El exceso de carga energética del hombre moderno se ve favorecida por el exceso de comida animal -los hombres abusan más de las grasas saturadas animales-, de tal forma que aumenta las PGE2, y, por tanto, la inflamación y los problemas cardiovasculares, y en consecuencia, la irritabilidad y la agresividad. También ocurre en la mujer que abusa de las grasas animales.
Así que, no es tanto que el hombre necesite más AGE que las mujeres, sino que el exceso de consumo de grasas saturadas provenientes de la proteína animal disminuye la cantidad de AGE y PGE1-PGE3 y el nivel de tensión interna aumenta a unos niveles anímicamente peligrosos.
Además de la cultura machista y todo el legado cultural aprendido por los hombres como base de la violencia de género, esta excesiva tensión y sobrecarga interna, insuficientemente descargada, puede favorecer el exceso de violencia del hombre moderno, y por ende, de un tipo de violencia de género, especialmente cuando la ingesta de producto animal es excesiva, el nivel cultural y de conciencia pobre y la herida emocional arrastrada alta.
Podríamos decir que la presencia abundante de eicosanoides buenos, esto es prostaglandinas antiinflamatorias (PGE1 y PGE3) genera armonía y amor en el organismo, mientras que la presencia abundante de eicosanoides malos, las prostaglandinas proinflamatorias (PGE2) generan desequilibrio, agresividad y desamor.
Si, nuestra condición humana está orientada a estar en armonía con la Naturaleza y creamos tensión y bloqueos, derivados básicamente por la ingesta excesiva de grasas saturadas animales y por la falta de descarga y ejercicio físico, entonces, aumenta la tendencia a la irritabilidad en primer lugar y después se instala agresividad.
De manera que la agresividad o la agresión se conforma, además de las causas ya reseñadas, como la expresión de la expectativa de amor frustrado.
Algo falla en nuestra condición al no lograr expresar aquello para lo que estamos diseñados. La expectativa original se ve frustrada y nadamos en un mar de conflicto interno, una honda insatisfacción que nos desequilibra.
Análogamente si el funcionamiento amoroso interno requiere la presencia armónica de eicosanoides buenos (PGE1 y PGE2).
Cuando nuestra condición diseñada para la presencia armónica de eicosanoides buenos (ácidos grasos esenciales y prostaglandinas antiinflamatorias) no se produce, aumenta la tendencia a la irritabilidad y la agresividad, las cuales representan la frustración por no lograr la expectativa de armonía y amor interno.
De la misma forma, cuando la necesidad de amar y sentirnos amados se ve frustrada, en nuestro interior surge un impulso de rechazo a la realidad del desamor y, potenciado por el nivel de tensión interna, tendemos a crear irritabilidad y agresión.
La ingesta de grasas de calidad -grasas sanas- junto a una condición de cierto equilibrio interno son, en esta etapa de la evolución del ser humano, en los países desarrollados, una clave para generar armonía y expresar amor.